Adolescencia ¿Divino tesoro?
Es muy temprano pero ya estoy despierta y mi primer pensamiento de hoy ha sido para dos mozos, que para mí siempre serán niños, y que todavía duermen en la habitación apenas a dos metros de la mía. Esos dos jóvenes que son mi hijo Alexander y un amigo de este llamado Pelayo. Dos adolescentes a los que ayer llevaba en mi coche a cenar, compartiendo con ellos unas agradables horas en las que me mimeticé, cual soldado de videojuego, para introducirme en una gran selva llamada mente adolescente y de esta manera participar en sus conversaciones, o por lo menos intentarlo sin que se den cuenta del intrusismo del que están siendo objeto. Eso sí, solo con la intención de procurar entender un poco su mundo y en caso de intervención inminente estar bien documentada y entrenada sobre el terreno selvático.
Dos adolescentes que están pasando por una etapa de su vida llena de cambios continuos. Físicamente sus cuerpos están en continua explosión hormonal. Si analizamos su día a día, es el momento en que han de apretar en sus estudios y encaminar sus vidas hacia el futuro, que ahora mismo es totalmente incierto pero por el que han de empezar a luchar ahora mismo y a la voz de ¡ya!
Se les acumula la faena. Por una parte empieza a despertar su cuerpo, empiezan a salir con amigos, con chicas. Esas niñas tan bonitas que les llevan bastante ventaja a la hora del desarrollo, que los llevan locos y que sin pretenderlo los despistan de sus estudios.
¿Y que me dicen de los videojuegos? Los que hacen que se crean los super héroes de intensas batallas en mundos desconocidos o no tan desconocidos para ellos. Mundos irreales que sus mentes inconscientes y sin completar se creen. Ahí es donde tenemos que intervenir los adultos, ahí es donde tenemos que inyectarles un poco de realidad y ahí es donde empiezan nuestros sermones, que ellos se niegan a escuchar y piensan que somos unos pesados, que ellos están por encima y de vuelta de todo. No podemos desistir, tenemos que seguir con el tira y afloja continuo, pues de todos los sermones que les podamos dar algo quedará en sus mentes. Seguro que una neurona despistada que pasaba en el momento del sermón por allí, dijo “Uy, esto creo que lo he oído alguna otra vez. Hoy voy a prestar atención, a ver que dice” Y por pura casualidad se paró y se molestó en escuchar y grabar en su materia alguno de los consejos o alguna de las frases tan repetidas una y otra vez.
Ayer renuncié a mi noche especial que es la del viernes, que después de estar trabajando toda la semana es la noche en que salgo a bailar, a cenar, a divertirme. Renuncié por ellos, por mi hijo Alexander y por Pelayo. Un niño agradable y buena persona que por circunstancias que todavía están intentando averiguar tiene un grave problema de depresión, y lo peor es que no saben el motivo. Los psicólogos y los psiquiatras que lo están tratando desde hace dos largos años, no dan con la solución. Dios mío no quisiera estar en el lugar de esa madre, el sufrimiento interior que debe estar pasando y que a su vez se ha de transformar en sonrisas y comprensión para que sea esto último lo que se refleje en su rostro delante de su hijo, y así ayudarlo a llevar esa terrible carga. Esto debe de ser una de las cosas más duras y a su vez más necesarias que una madre hace por su hijo. No me gustaría verme en esa tesitura y sé que hay muchos padres que están sufriendo los problemas de sus hijos adolescentes.
Hay que tener cuidado con esta etapa de sus vidas. Depende mucho de nosotros, los padres, el camino que decidan tomar. Tenemos que ser cautos a la hora de sermonearlos, a la hora de darles facilidades, a la hora de quitarles privilegios. Dios!! Si para ellos esta etapa es difícil porque se sienten incomprendidos, no os quiero contar la dificultad para los padres. Por un lado tenemos que intentar facilitarles las cosas pero tampoco demasiado para que no se crean que todo es fácil y todo cae del cielo. Hemos de vigilarlos pero desde la distancia, sin que ellos se den cuenta que los rondamos, y no me refiero rondarlos físicamente, sino con las más sofisticadas armas (hablando en términos de videojuego) de última generación psicológica, y haciendo de espías desde la oscuridad, y como quien no quiere la cosa, saber quienes son sus amigos y por los lugares que más o menos se mueven. Y en el momento que aparezca la más mínima señal de alarma, que indique que el enemigo está cerca, actuar, eso sí, de forma invisible. A modo de mano negra que interviene en el momento justo y oportuno, pero nadie, ni el propio afectado, se ha de enterar de la maniobra. Oye, que me estoy dando cuenta que como estratega no lo hago nada mal. Hablando en serio, lo fácil es la estrategia, lo jodido es ponerla en práctica. En fin que para ellos la adolescencia es difícil, pero realmente no llegan a ser conscientes de la etapa que están pasando, pues todo va tan deprisa a su alrededor que es imposible que se paren a pensar siquiera en nada más que no sea su día a día y en qué programa dan hoy en la televisión, en qué nuevo deporte van a practicar, qué chica es la más guapa y probar a ver si se la ligan, qué último videojuego ha salido a la venta, qué examen tienen mañana y prepararlo (a veces) y un largo etc. de cosas similares. Adolescente que un día se comportan como niños y otro como personas adultas, lo malo es que no sabes en qué momento aparece el niño y en cual el adulto. Lo realmente jodido lo pasamos nosotros, los padres. Diseñamos una estrategia detrás de otra intentando ponerla en práctica, quitándonos tiempo del nuestro propio para invertirlo en ellos.
De esta manera llego a la conclusión de que sí, la adolescencia es un divino tesoro sobre todo para ellos, los que están en esa edad. Lo que es un verdadero dolor de cabeza es para nosotros que hemos de actuar como jueces y verdugos; amigos y enemigos; dictadores y demócratas; jugando en el bando enemigo unas veces y en el bando amigo otras. A veces no sé si soy el Dr. Jekyll o Mr. Hyde.
Así pues, hoy voy a darme un respiro y seré yo misma. Dejaré a mi hijo Alexander y a Pelayo que hagan lo que les de la gana. Hoy dedicaré el día a darme un homenaje en su nombre, o mejor dicho, en nombre de SU DIVINA ADOLESCENCIA.