Cien años y una copa de vino (por Carmen Divina)
Turismo en una nueva ciudad. Son las tres de la mañana. Paseo por el casco histórico, declarado patrimonio de la humanidad. Las tenues luces amarillas apenas iluminan el rostro del hombre que me acompaña. Los pasos son rápidos, mientras apretamos nuestras manos para asegurarnos de que seguimos juntos. Paramos constantemente… parece obligado besarse en cada rincón de este lugar bucólico, en esa semioscuridad flanqueados por innumerables columnas que nos llevarán a nuestro destino.
Hemos llegado. El edificio es parte importante de la historia de la ciudad. Avanzamos despacio por un largo pasillo. Las grietas de las paredes nos gritan el tiempo que llevan esperándonos. Siglos, demasiados siglos observando el pasado, el presente jugando con imágenes para incluirlas en su historia. El chirriar de una puerta nos conduce a un jardín en el que saboreo el tiempo, los años que lo acompañan. Sigo a ese hombre al que apenas conozco pero que en este lugar es sabio, es experto, es el dueño del tiempo pasado, es el dueño de mi presente.
Una cocina con decenas de platos en vitrinas de maderas nobles, con acabados que jamás habían rozado mis dedos. Cuberterías alineadas que devuelven a la lámpara los destellos que nos regalan iluminando aún más la estancia que recorremos. Copas altas, algunas con restos de vino… vino que empiezo a paladear antes de que sea servido, antes de ser bebido.
Cruzamos la última puerta, un elegante comedor nos recibe. Me siento observada por cientos de fotos que me miran sin perder detalle, el tiempo se ha detenido para ellos, para mí. Cien años de imágenes decoran la acogedora sala, alineadas unas junto a otras mirando intrigadas a los nuevos comensales. Un piano en un rincón parece que va a ser la música de ambiente para esta noche. Las fotografías me interrogan mientras yo les pregunto cuándo estuvieron aquí, qué celebraron. Personajes ilustres que serán el público en una noche de intimidad en una mesa de un restaurante, más de cien años me verán amada, deseada, atrapada, disfrutando de una copa de vino que deja en mi boca sensaciones que me acercan al maître nocturno de un restaurante abierto para mí sola.
… y sigo saboreando el vino, bajo la atenta mirada de Dalí.…