Con el pie izquierdo

Son las siete de la mañana, por la ventana de la habitación todavía no entra la luz. Decido levantarme. Mi pie izquierdo descalzo se posa en el frío suelo, luego el derecho. Sigo sentada en la cama. Mi segundo impulso ha de ser ponerme en pie. Miro a la derecha y veo la mesita de noche llena de libros, una lámpara roja y una preciosa botella de diseño, por la que pagué un precio exagerado para lo que contenía, agua. Pero estaba firmada por un famoso compositor y cantante, y la tenía en mi mesita para abrirla en alguna ocasión especial, cual botella de cava se tratara.

            Consigo ponerme en pie. A partir de ahí doy el pistoletazo de salida a mi largo día de actividades varias.

            En primer lugar mi previsión es limpiar los baños, porque hoy es jueves y toca limpieza, y si limpio los baños le echo una mano a la limpiadora, que bastante faena tiene ya de por sí en mi casa. Pero de momento, decido que antes de empezar con los baños quitaré las sábanas de mi cama y pondré unas limpias. Deshago la cama, y en otro arrebato, decido también quitar la funda del colchón para lavarla, y en un tercer, último y fantástico arrebato, decido darle la vuelta al colchón y así completo el circuito de puesta a punto de mi cama.

            Levanto el colchón de 1,50 x 2, mientras pienso que he de tener mucha habilidad para que el colchón caiga con suavidad y precisión sobre la base de la que acaba de ser levantado. La maniobra va bien, los primeros movimientos de puesta en vertical, un éxito. Segunda maniobra, dejarlo resbalar poco a poco sobres su parte lateral, para que se pose de nuevo en el somier ya con la vuelta dada… Un desastre absoluto. El colchón, antes de completar la suave caída, se arrimó, o mejor dicho, lo arrimé demasiado a la pared, llevándose por delante la trilogía de cuadros que estaba perfectamente ensamblada a la pared, o por lo menos eso creía yo. Porque el leve roce del colchón lanzó los cuadros cada uno por un lado. El del medio y el de la derecha cayeron en orden gracias a mi intervención de portera de la selección, que con una mano amortiguaba la caída irremediable del colchón sobre el somier, y con la otra mano y con no sé que otra parte del cuerpo, sujetaba esos dos cuadros más cercanos. Pero quedaba el cuadro que estaba a la izquierda, que por su lejanía, ya inalcanzable, caía sobre la preciosa lámpara roja de la mesilla de noche, que a su vez golpeaba la carísima botella de diseño, que se estampaba contra el suelo y se rompía en mil pedazos.

            No me atrevía a mirar. La situación por la derecha estaba salvada, pero por la izquierda había sucedido algo que no quería ver. Miré. Allí estaba mi preciosa botella hecha añicos, y su valiosa agua inundando y mojando la mesilla, el espejo de pie, el mueble y los libros.

            Solté poco a poco lo que todavía sujetaba con todas las partes de mi cuerpo, y no me decidía por dónde empezar ¿Qué hacer? ¿Apartar muebles? ¿Recoger agua? ¿Recoger cristales? Descalza no podía ir por si me cortaba, con las chanclas pisaría el agua y chof, chof , todo pringado. Los muebles los tenía que retirar, para recoger el agua, los cristales y secarlo todo en la medida de lo posible. Debía de actuar rápido, pues el tiempo pasaba, el agua iba anegando la habitación, los muebles iban bebiéndose mi preciada y cara agua y además tenía que… ¡Irme a trabajar!

            Opté por recoger el agua que pude, oyendo el desagradable chof, chof de mis chanclas. Retiré los muebles y recogí los cristales, que se habían multiplicado por doscientos. Una botella de un litro de agua, con el poquito cristal que se necesita para fabricarla, y al romperse, esparció cristales por todas partes, trozos grandes, trozos pequeños, trozos microscópicos. Parecía que en mi habitación habían vaciado un contenedor de reciclaje de vidrio.

            Después de toda una odisea, logré controlar el desastre y ponerlo todo en orden. Al final, lo que tenía que haber sido un principio de mañana relajado, con tiempo de sobra para todo, culminó como una desastrosa mañana de incidentes y nervios. Conseguí salir de casa duchada y más o menos acicalada decentemente. Eso sí, antes de salir le dejé una nota a la señora de la limpieza en la que puse: “Hoy no limpies la habitación, la he limpiado yo”, sin más detalles.

            Ahora la mesilla de noche, ya no la preside la magna botella de agua etiqueta negra. En su lugar hay un bonito cerdito-hucha blanco, con lunares grandes de colores, que me desafía todas las mañanas con el slogan “Ahorra y cómprate otra cara botella de diseño… si te atreves. Pero eso sí, que no sea de cristal, que sea de plástico. Como yo”.

            Después de leer esto, tened cuidado cuando os levantéis, y mirad muy bien… qué pie ponéis primero en el suelo.

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