Descanso

piernas1Llegó a casa después de la fiesta. Estaba cansada, muy cansada. Toda la tarde vestida de etiqueta y con unos zapatos que la estaban matando después de seis horas subida en catorce centímetros de tacón.

Entró en su cuarto, miró su anhelada cama blanca en la que en unos minutos estaría tumbada. Frente al espejo de cuerpo entero de su habitación empezó a desvestirse. Bajó la cremallera lateral de su ceñido vestido negro y con la sensualidad que solo ella podía transmitir, lo deslizó por su precioso cuerpo, dejando a la vista un conjunto interior rojo y negro de encaje que había estrenado para la ocasión. Apoyó su pierna derecha en el sillón de piel que decoraba la estancia y, con mucha delicadeza, empezó a quitarse la media que había permanecido sujeta a su muslo con dos finas tiras de silicona, hizo lo propio con la otra media. Una vez liberadas ambas piernas de la seda, volvió a subir en los tacones, desabrochó el sujetador y bajó el tanga, dejando ambas prendas olvidadas en el suelo de parqué.

Soltó su pelo, cogió su camisón de tela de raso y cubrió su cuerpo delgado y blanco, que se reflejaba igual de sensual con o sin prenda alguna que lo adornase.

Esa noche él no estaba, dormiría sola.

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