ÉL (2ª parte)

ÉL, un chico educado, sencillo, amable, caballero, inteligente, simpático. Una persona que está cumpliendo uno de sus sueños, viajar, aunque este sueño lo aleje físicamente de mí. Pero aún en la distancia, cada vez que hablamos, me sigue haciendo reír con sus ocurrencias, me sigue sorprendiendo con su agudeza en las respuestas a mis preguntas, me anima cuando no tengo un buen día. En definitiva sigue ganándome día a día el corazón. Siempre recordaré esa mágica noche, cuando en uno de mis momentos altivos de la misma, le solté la frase “Tú a mí no me tienes que enseñar nada…” refiriéndome a que a estas alturas de mi vida y por mi edad, unos años superior a la suya, lo sabía todo. Y con el paso de las horas me tuve que tragar esas palabras pues me enseñó a jugar al poker, esto en realidad no era importante, pero sí lo suficiente para que quedara mínimamente constatado que no lo sabía todo y que algo me podía enseñar. En ese momento no solo me había enseñado a jugar al poker, en ese momento me dio, de una forma muy sutil, una lección mucho más valiosa, me enseñó a no ser tal altanera, porque normalmente ese comportamiento solo te puede llevar a que te tengas que comer tus palabras y probablemente te atragantes con ellas.

            ÉL me llena de vida, me hace sacar mi lado más divertido. En definitiva, me llena de frescura. Admiro su valentía al elegir, en este momento de su vida, el viajar por el mundo e intentar vivir en distintas ciudades trabajando en lo que más le gusta, y lo está consiguiendo gracias a su espontaneidad, a su seguridad. Cada vez que pienso en ÉL vuelve a dibujarse una sonrisa en mis labios, pues a pesar de la distancia, hace que me sienta siempre bien. Cuando hablo con ÉL no pararía nunca, nos pasamos horas hablando, en las que no pasan más de dos frases en las que no haya una risa por medio.

Cuanto deseo que consiga recorrer el mundo con su maleta llena de ilusiones. Es ahora cuando puede hacerlo, es ahora cuando debe hacerlo. Yo por mi parte intento disfrutar de este momento, disfrutar de su energía, disfrutar de su compañía cuando regresa o cuando viajo a reunirme con ÉL. Es posible que nuestros destinos lleven caminos muy diferentes por las circunstancias de la vida en la que nos encontramos cada uno. Pero eso sí, todos los días agradezco al cielo, al destino, a la suerte, a quien sea, el haberme ofrecido ese “…momento imprevisto que me trajo un tesoro inesperado” y puedo añadir maravilloso, me lo trajo… a ÉL.

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