El tracatra del tren

trenMe dirigí a la estación, tenía que ir a la vía 5C y a pesar de que era una estación pequeña, con solo 6 vías, no había forma humana de encontrar la 5C. Finalmente vi a un grupo de personas con maletas y me acerqué a ellas para preguntar si sabían dónde estaba la dichosa vía 5C. Sí, estaba en el sitio adecuado, en breve abrirían el proceso de revisión de equipajes. Abren, pasan mi billete por el infrarrojos y bajo al andén. No había nadie, claro… yo la primera por si se iba el tren… ¡Faltaban veinte minutos para que llegara! Comprobé mi número de vagón, el uno. Opté por ir a la parte más lejana pues, por lógica, el número uno tenía que estar cerca del “conductor”. Me senté a esperar. Vi que empezaba a bajar gente hacía el andén. Todos llegaban al final de la escalera mecánica y giraban a su izquierda, al lado totalmente opuesto de donde yo estaba. Pensé: “Según la lógica que yo he seguido, o esta gente se está equivocando o soy yo la única que está en el coche uno…”. Llega el tren, me acerco para subir al coche correspondiente y veo que el número que rezaba en su flamante letrerito ¡Era el ocho! Decido subir y buscar el uno desde dentro. Deduje que la gente había acertado, yo me había equivocado, o mejor dicho… el tren estaba puesto al revés. Tuve que pasar por todos los vagones esquivando las cabezas de los pasajeros que mi bolsa se empeñaba en rozar. Vagón 8,7,6,5,4,3, vagón bar, con el camarero y tres hombres. Joder, la disposición del bar no me dejaba ver si había más tren o se terminaba en el bar, y según mis cuentas, me había quedado en el tres. Seguir hacía adelante imposible, no fuera ser que me topara con una flamante pared de tren con un cartel luminoso indicándome “¿Dónde vaassss, que el tren se acaba aquíiii, juas, juas, juas”. Apoyé mi bolsa de piel y las tres bolsas más que llevaba, grave defecto de viajar siempre en coche, donde da igual lo cargada que vayas, no es lo mismo en el tren, lo pude comprobar. En fin, a lo que vamos. Allí estaba yo, con cara de tonta y sin atreverme a preguntar, por lo ridícula que podría ser la situación, si el tren seguía. El camarero venía hacía mí, llegaba el momento, me iba a preguntar qué quería y yo iba a tener que responder. “Señorita ¿Desea usted algo?” Tuve que hacerlo… pregunté “No gracias, una pregunta ¿Después de este vagón hay más tren?”, “¿Cómo dice?” Encima tuve que repetirle la pregunta ahora ya ante todos los ojos que se posaban en mí “¿Qué si después de este vagón hay más tren?” “Sí señorita, están el vagón dos y el uno”. Le di las gracias y más roja que un tomate recorrí el bar a velocidad vampírica, y golpeando alguna que otra cabeza más con mi bolsa y pidiendo disculpas constantemente, en media centésima me planté en el vagón uno. Busqué mi asiento y comprobé con gran alegría que era un asiento individual al lado de la ventana. Perfecto.

Llegamos a la primera parada. Veo a un señor que baja, sin equipaje y ¡Se enciende un cigarrillo! No me lo puedo creer, pero ¡Que se irá el tren y se quedará en tierra! Los pocos minutos que permanecimos parados sufrí por el señor. Ya ves tú qué me importaba a mí si no le daba tiempo a subir de nuevo al tren por culpa del cigarrito de los cojones…

Finalmente llegué al destino a la hora prevista, pero he de reconocer que el estrés que pasé durante el trayecto, me hizo dudar de la “acertada” decisión que tomé cuando decidí ir en tren porque llegaría más… relajada.

Gracias a Dios, la persona que tenía que venir a buscarme fue puntual, allí estaba, y sus brazos sí que me sirvieron para encontrar la relajación tan ansiada durante una hora y media de agitado tracatra de trayecto.

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