¡¡¿¿MASTERCHEF??!!
Aaaayyy, cuanto daño ha hecho el entretenido programa Masterchef. Con lo buenos que estaban esos pucheros de mi abuela, con pelotas de carne o de pan, según el día, con sus acelgas, judías, garbanzos y patatas, cocido todo a fuego lento durante toda la mañana. Y qué me dicen de esas lentejas con chorizo, morcilla y caldo tan espeso que las susodichas apenas podían saltar al son de la bonita canción-cocción del “chup chup”. Sueño todos los días con una foto como la que ilustra este artículo…
Ahora a mi madre, fan incondicional del programita en cuestión, le ha dado por decorarnos la mesa todos los días con platos preciosos, blancos, grandes con comida dispuesta en modo “montoncito” que, primero, no sabes lo que es, segundo, cuando intentas comértela la bonita forma se espachurra y aquello ya pierde toda la gracia que en un principio podría tener y, tercero, le tienes que dar de valiente al pan o corres el riesgo en pocos días de morir de inanición.
Ayer sin ir más lejos nos hizo “Bacalao con agua de anchoas”. “Coño ¿Y eso qué es?”, me pregunté asombrada. Muy fácil, un trocito de bacalao en medio del plato, el cual adornó con dos anchoas y al que tiró por encima el aceite de la lata comprada en Mercadona. Y para finalizar el plato y darle el toque Jordi Cruz (cualquiera de los miembros del jurado de Masterchef me serviría pero he optado por Jordi porque está más bueno) mi madre, con un pulverizados comprado en el chino que hay cerca de mi casa, le soltó al bacalao un generoso chorretón de agua, previamente calentada con un trozo de pastilla de Avecrem sabor caldo de pescado. ¡Y se quedó tan ancha!
Recuerdo otro día que vi en la nevera dos maravillosos paquetes de raviolis, uno de “Boletus edulis” y otro de “Queso de cabra con cebolla caramelizada” (como no, seguimos con los nombres al más puro estilo “purrufua de purrufua” y sonido nasal). Ese día pensé que me iría a completar mi jornada laboral de la tarde con el estómago lleno. Aaaayyyy, ilusa de mi… Llegué a casa, me senté en la mesa (había estado toda la mañana pensando en un plato rebosante de raviolis) y… ¿Qué me encuentro? Sí, el mismo plato precioso, blanco y grande con tres, ¡SÍ TRES!, raviolis puestos, como no, uno encima de otro, con una salsa espesa verde por encima, que me negué a preguntar de qué era, y en cada punta del plato, a gran distancia de los tristes tres raviolis (me imagino que para dar sensación de plato lleno ¡ja!) tres champiñones, mejor dicho, tres laminaciones de un champiñón crudo, por lo que deduje que los raviolis eran los de sabor a “Boletus edulis”. Así que otro día más que sobreviviría gracias a la barra de pan que siempre, y menos mal, presidía la mesa.
Y después de esta llamada de auxilio, quiero agradecer a Masterchef el que ahora mi cuerpo se haya quedado sin apenas forma. Sí, mi barriga está estupenda, no tengo, pero por desgracia para que mi zona abdominal esté estupenda antes he perdido dos tallas de sujetador y cuando me siento los huesos de mi culo toman contacto directo con la silla, pues no hay apenas carne que lo proteja. ¡Ah! Y lo más triste es que mi futuro hijo nunca, nunca tendrá una abuela que le haga deliciosos cocidos, pucheros o lentejas con trozos de chorizo embalsamados en el espeso caldo.
GRACIAS MASTERCHEF. (Dicho esto con el dedo corazón levantado)
Fdo.: Master Pucherodelaabuela Ya.