Mi mirada a la perfección
Viene a mi mente la imagen de cuando sales de la ducha, con ese cuerpo tan pulcro, mojado y en el que puedo contar cada músculo, cada fibra. Tu cuerpo sí que podría formar parte de un anuncio. Cuando estás tumbado en nuestra cama dejo que mi mano recorra suavemente tu piel, esa que cubre con tanta delicadeza la perfección, esa que se pega a mí cuando nos convertimos en uno. Mi mirada empieza en tu espalda, no demasiado ancha, y desciende por tu columna vertebral que termina en unos perfectos y fibrados glúteos que muchas veces he tenido entre mis pequeñas manos, sintiendo esa magnífica dureza que no envidia en absoluto a la misma de tus largas y bonitas piernas de atleta. Cuando te das la vuelta para mirarme y sonreírme, mientras sacas del armario la camisa azul que tan bien te sienta, mi mirada vuelve a transitar por tu cuerpo. Esos pectorales que no han abusado de la testosterona, ganados a pulso en cada kilómetro recorrido a pie, en bicicleta o nadando, y esculpidos perfectamente en su justa medida, al igual que esos abdominales que dibujan una pequeña tableta, la imprescindible para no ser en absoluto exagerada, pero sí para superponerse a la barriga inexistente.
Si Miguel Ángel volviese a nacer, tú serias su David. Pero como eso es imposible de momento eres solo para mí.