¡NO ME CHILLES!
Estando en una terraza sentada, a la que, en un principio, fui con mi prima para estar un rato conversando tranquilamente, con nuestra cervecita fresquita que paliara el calor de ese día. Ese momento que auguré de relax… se convirtió en un infierno. Tres niños (sólo tres) estaban jugando en una mesa y parecía que estaban librando una cruenta batalla al más puro estilo de la “Chaqueta Metálica”. En un momento dado, pensé que los muñecos con los que jugaban, iban a sacar unos auriculares como los que lleva el personal de la F1, para no oír las voces que estaban dando sus amos. Pero lo peor no eran los niños, al fin y al cabo son niños (no es excusa pero vamos a aceptarlo como tal) lo peor eran los padres, que sentados en la mesa contigua, pasaban de los niños e incluso hablaban en un tono más alto que ellos. Mi tranquila reunión fue de todo menos tranquila. Nos tuvimos que sujetar a la silla para no levantarnos y coger a los niños de la oreja, llevarlos al lado de sus padres y amordazarlos a todos juntos, para ver si así conseguíamos un rato de paz y poder saborear nuestra cerveza tranquilamente. No fue posible, claro, no procedía el amordazar, así sin más, a la jauría. De este modo aguantamos el chaparrón de gritos y escándalo, nos terminamos la cerveza rápido sin darle tiempo a calentarse, y nos largamos de allí sin conseguir la deseada tranquilidad. En fin, así vamos manteniendo la especie desde niños. ¡Eso, que no se pierda la raza de voz española! Oye que mira la Caballé donde ha llegado, igual si ensayamos desde pequeños…
No me gusta la gente que habla a gritos para que todos se enteren de sus conversaciones ¡Me importan un carajo sus conversaciones! Que a mi me gusta hablar y escuchar a la persona o personas con las que me he reunido. A ver si nos vamos enterando que se puede hablar en un tono normal, que ya se han inventado los aparatos para las personas con dificultad auditiva, también llamados audífonos. Que si vamos a comer a un restaurante y los decibelios “griteriles” están muy altos, probablemente la comida nos sentará mal y saldremos mareados del local y no será por el vino que hemos bebido.
¿Por qué coño los españolitos chillamos tanto? ¿Será que nos gusta hacernos notar? Pero para qué, si los que están a nuestro lado también son españoles y probablemente si hablamos chillando, los de al lado chillarán más.
En fin que o vamos bajando la voz… ¡O LA QUE VA A CHILLAR HOY SOY YO!
O mejor no. Simplemente me limitaré a dar un golpe sobre la mesa, a modo de Juez al cerrar la sesión, para que se baje la voz. Que si yo también chillo, me empezaré a parecer a la gente que no quiero parecerme.