Relatos y gominolas

Sentados delante de unas cuantas gominolas y un refresco, nuestro particular aperitivo antes de la cena, empezó a relatarme las experiencias de su último destino, EEUU.

            Dos bonitos meses de su vida en una ciudad cercana a Nueva York. Allí ha tenido la oportunidad de convivir con gente maravillosa. Una familia que conoció durante su estancia en Florencia, y que gracias a su buen hacer como profesor de tenis, y sobre todo, gracias a él como persona sincera, noble y agradable que es, le abrieron las puertas de su casa en esa ciudad.

            Allí ha podido disfrutar con críos y no tan críos, enseñándoles técnicas y secretos de su tenis. Ha trabajado duro, levantándose muy temprano para dirigirse a la preciosa pista al aire libre, que ponían a su entera disposición para ejercer de profesor durante muchas horas diarias.

            Todos los madrugones y las horas de trabajo tuvieron su recompensa. Una recompensa que él nunca pidió, pero que las personas con las que ha estado han sabido valorar, incluyéndolo y aceptándolo como un miembro más de la familia e introduciéndolo en su exclusivo círculo de amistades.

            Fue invitado a pasar un magnífico fin de semana en Manhattan, donde ha realizado uno de sus sueños, correr por Central Park. Ha paseado a orillas del Río Hudson. Y a petición de alguien especial, incondicional de la serie Sex and the City,  intentó hacerse una foto en la puerta de la protagonista Carrie Bradshaw, aunque no le fue posible, pues no encontró la dichosa calle, a pesar de los detalles que le dio esa persona especial.

            Hablando, hablando, se nos hicieron las tantas de la madrugada. No hubiera dejado de escuchar sus aventuras, sus experiencias. Ahora que vuelvo a rememorar el momento aún veo esa luz en sus bonitos ojos azules, cuando me relataba cada instante de esos dos maravillosos meses de su vida.

            Me muero porque regrese de nuevo de su siempre, penúltimo viaje. Poder sentarnos de nuevo ante un gran bote de cristal repleto de ositos “Haribo” y escuchar sus relatos, con los que me hace viajar sin moverme del sofá, nuestro sofá. Aunque para ser sincera, no me importaría en absoluto comerme las gominolas en el asiento… de un avión con destino a Nueva York.

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