Un libro
Entro en la librería donde habitualmente compro mis libros. Como siempre, me dirijo a la dependienta a la que pregunto por el libro que ha despertado mi curiosidad y he decidido comprar. Mira el ordenador, yo rezo para que me diga que sí lo tiene entre sus estanterías repletas de libros. Oigo el anhelado sí por respuesta y me indica la sección a la que he de dirigirme y el orden que he de seguir para encontrarlo. Voy segura y emocionada hacia la pila de libros del fondo, recorro con mi dedo los brillantes lomos de los estáticos libros que ocupan su correspondiente y ordenado lugar. Allí está, el libro que buscaba y que estoy deseando devorar con mis ojos, cual deseado amante imposible al que solo puedo admirar.
Llego a casa y espero que se haga de noche para relajarme en mi sillón, abrir el libro y notar su olor de hojas nuevas entre mis manos, impaciente por introducirme en su historia y empezar a volar por sus aventuras, por su dolor, por su amor, por la ficción, cuento, ensayo, leyenda o la más cruda o maravillosa realidad que al escritor se le haya ocurrido introducir entre sus cubiertas.
Me dejo llevar. Mientras, van pasando las horas y mis ojos empiezan a notar el peso, ya imposible de sostener, de mis pestañas. Cierro los ojos, el libro cae sobre mi pecho y su olor a hojas ya usadas hace que mis sueños empiecen a llenarse de serenidad, y así, durante toda la noche, quedar sumergida en un bello colchón de letras.