UN MAR DE ESPERANZA

1La parte externa de la sala tenía unos cristales de color azul mar. La parte de dentro de la sala era un mar de esperanza.

Sentadas en sus sillones, calmadas y resignadas, personas que ven como introducen en su cuerpo miles de gotas de vida.

Oí decir a alguien que aquella era la sala de la muerte, aunque yo creo, y es más, estoy convencida, de que en aquella sala se respira vida. Todos los allí presentes se aferran a ella en un último intento de vencer la batalla contra su propio cuerpo, que genera células descontroladas y a las que intentan controlar. Y una palabra define esta locura, cáncer.

Fue curioso, pues cuando entré y pude hablar con alguno de ellos, me transmitieron paz y positivismo. Ninguno se lamentó, ninguno reflejó amargura. Quizás pude apreciar una pequeñísima mueca de resignación que desaparecía en el momento en que me acercaba para hablar con ellos y me regalaban una amable sonrisa.

Mi primera reacción al entrar en la sala fue mirar sus caras, intentar ponerles una historia, intentar ponerme en su lugar, y terminé agachando la cabeza y saliendo de allí lo antes que pude, pues fui incapaz de controlar mis lágrimas, y no podía permitirme que nadie intuyera un ápice de mi tristeza. No tenía yo derecho descontrolar mis miedos, cuando ellos eran fuertes y controlaban los suyos.

Me sorprendieron las enfermeras que campaban a sus anchas entre guantes de látex, agujas esterilizadas y conversaciones despreocupadas entre ellas. Eso me dio que pensar, y llegué a la conclusión de que a todo se acostumbra uno…

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