Una sala fría, un despacho caliente

plzLa reunión estaba prevista para las seis de la tarde y a esa hora, con una puntualidad inglesa, ella entró. Ataviada con un traje de chaqueta negro, que delineaba a la perfección la curva de sus caderas, tomó asiento en el lugar que le habían asignado. En la sala se encontraban los quince miembros más importantes de la joven Sociedad. Su sitio estaba frente al de él. Un joven y apuesto ejecutivo con el que mantenía una relación meramente profesional, pero que cada vez que se juntaban la tensión sexual entre ambos era palpable. Los dos sabían que tenían que mantener las distancias.

La reunión transcurrió tranquila y los temas tratados fueron los que habitualmente componían las reuniones de final de mes. Ese día él no podía evitar el mirarla y ella hacía lo propio añadiendo una ligera y pícara sonrisa. Cuando terminaron, todos salieron de la sala y ellos se quedaron un poco rezagados manteniendo una conversación de lo más banal, pues sus ojos solo podían ver y desear los labios del otro. Esa lengua húmeda que se escondía en una boca limpia con unos dientes blancos y perfectamente alineados. Los labios de ella rojos como una jugosa fresa y los de él calientes como un volcán. Al pasar junto a la puerta del despacho, donde se debían separar, no hubo control. Ambos entraron, cerraron la puerta y, sin mediar palabra, ella se sentó en la lujosa mesa de madera nórdica que presidía el despacho, apoyó un pie en la silla de la derecha y el otro en la silla de la izquierda, ofreciendo un panorama realmente tentador para él. Se soltó la frondosa mata de pelo, sacudió la cabeza y paseó su lengua por el carmín rojo de sus labios. Él se quitó la corbata y la chaqueta y apretó su cuerpo contra el de ella que le ofreció su cuello, sus labios, su lengua… nada era suficiente. Ella se desprendió con desespero de la chaqueta, de la camisa y del sujetador de lencería fina que cubría sus senos, que inmediatamente fueron chupados, apretados, acariciados por unas manos ansiosas. Echó su cabeza hacia atrás, la larga cabellera rozaba la lujosa madera y sus piernas se abrieron aún más. Se subió la falda hasta la cintura y notó como él se perdía entre los labios situados entre sus piernas. El placer chocaba una y otra vez con la cárcel de tela que tenía prisionero el miembro viril, que pedía justicia y solicitaba ser eximido de esa tortura. Se puso en pie y ella liberó aquel pene suave, erecto y maravilloso que pronto calmaría la tensión sexual acumulada durante tantos años. Ella se puso de espaldas, apoyó sus manos en el escritorio y le ofreció su sexo para que fuese penetrado suavemente. Embestidas de placer recorrieron ambos cuerpos hasta que finalmente el éxtasis final llego a la vez para ambos amantes…

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