¡Viva los novios!
Una vez tuve una conversación sobre las bodas con tres señores de una edad bastante avanzada, rondarían los 70 años, por lo que consideré una conversación llena de sabiduría. Dicen que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Así que a pesar de las risas que nos echamos juntos, delante del siempre por mi tan apreciado cava, dicha conversación la anoté en el disco duro de mi memoria humana como sabiduría para aplicar en el futuro.
La particular opinión de uno de ellos con respecto a la tarjeta con el número de cuenta bancaria que se nos entrega dentro del sobre con la invitación al feliz enlace, fue nombrado por el primero de ellos como “impuesto revolucionario”, cosa a la que no le quito razón ya que si quieres asistir a la celebración has de pagar una cantidad considerable y suficiente como para pagarte la comida y además que los novios consideren aceptable para poder aumentar su cuenta bancaria. En resumidas cuentas… una pasta gansa que termina con tu presupuesto, ya de por sí ajustado, del mes. Eso sin contar los nombrados “daños colaterales”, pues si la comida es cena, empiezas la ceremonia a las cinco de la tarde y el café te lo sirven a las 2 de la mañana. Sin tener en cuenta que entre salsas con nombres impronunciables, de sabores irreconocibles y casi siempre comida “minimalista”. Terminas por comer poco, no saber qué has comido y casi siempre con un dolor de estómago que te lleva en pocas horas directo al WC con descomposición urgente.
Luego vino el tema de la indumentaria, con esos bodorrios que te exigen que a la boda has de asistir de blanco, de smoking o con pamela. A lo que uno de los sabios personajes de esta conversación acabo diciéndole a su mujer, en una de las bodas que exigía pamela, que utilizara la pamela esa que él le ponía al burro cuando lo llevaba a la huerta para protegerlo del sol, sí, una muy bonita a la que le había hecho dos agujeritos para que el querido animal sacara las orejillas. Con un par de flores cosidas a estos no se notaría nada. Asunto de la pamela solucionado. Ahorro de 100 €.
Otro de los viejos sabios empezó a recordar cuando en su tiempo los regalos eran totalmente libres, cada invitado regalaba lo que consideraba más oportuno. Los novios se podían juntar con siete jarras de agua, tres planchas y los tan preciados diez juegos de café. A mi pregunta de qué hacían cuando se juntaban con tantos regalos repetidos, este me indicó que era fácil, no deshacía los paquetes, solo uno de ellos, y el resto los regalaba en las Navidades, cumpleaños, bodas y resto de fiestas que exigen regalo. El problema era intentar recordar quién le había regalado cada cosa para no devolver, sin saberlo, el presente a la misma persona, cosa que solucionaba poniendo nombre en los distintos paquetes de regalos repetidos y sin abrir.
¿Cuál fue el sabio consejo que me dieron estos tres expertos de la vida para evitar las bodas? Sencillo. Cuando te entreguen el tarjeton de boda, acéptalo con mucha ilusión entre enhorabuenas a gogo, pero, dos semanas antes del inminente fiestón, búscale los tres pies al gato para discutir con alguno de los dos implicados en el feliz enlace y… voila, libre de asistir al evento. Eso sí, intenta por todos los medios e inventa la mejor de tus disculpas y procura hacer las paces una vez haya pasado el día B, porque… un amigo es un amigo, un primo es un primo y un hermano es un hermano…