¿Cuánto cuesta un autógrafo? (1ª parte)

Me enteré tarde, un famoso deportista firmaba autógrafos a las 19:00 h. Vaya, me iba a venir un poco justo pero lo intentaría.

Salí corriendo para coger el tren. Decidí ir a la caza de la firma del deportista antes de ir a la presentación de un libro, que era lo que realmente tenía programado para esa tarde. No sabía exactamente en qué parada bajar para llegar a tiempo. Le pedí información a la señora que me vendió el pasaje, quien me dijo que mejor bajara al final y luego cogiera un autobús que me dejaba a un paso del sitio de la firma. Así que allí que me fui. Pegué una pequeña cabezadita, cosa que nunca hago, en el tren, y cuando abrí los ojos vi que este salía de una estación desde la cual se veía perfectamente el edificio en el que estaría en cinco minutos mi deportista preferido. La cosa no pintaba bien, y lo peor es que me había empeñado en ir y sabía que, con lo cabezota que soy, no iba a desistir en mi empeño.

Bajé en la estación final y corrí hacía el mostrador de información. En mi mente solo cabía un pensamiento, que por favor el famoso se hubiera retrasado algo así como quince minutos o mi empeño se iba a ver frustrado. En información la chica que me atendió estaba bastante “desinformada” pues no supo decirme el autobús que me llevaba al sitio anhelado. Me indicó que bajase al metro, que estaba enfrente, y preguntara allí. Otra vez a correr, y con los tacones que llevaba era algo penoso, o más bien peligroso el tener que correr, pero todo por un autógrafo… Bajo al metro, nadie en la garita de información y venta de billetes. Me acerco a un mapa del metro y a la vez un gitano (él mismo se me presentó con ese nombre) se dirige a mí y me pide que le de algo. Tal y como me hablaba su vista se dirigía a mi bolso. No había nadie más en el subterráneo, opté en salir por piernas, otra vez corriendo, esta vez no me importaron los tacones, en realidad ni los noté.

Por fin una amable señora me dijo dónde estaba la puñetera parada de autobús que me llevaría a la otra punta de la ciudad, donde estaba el autógrafo esperándome, o por lo menos mis rezos eran lo que pedían.

Cojo el “bus”. Le pregunto al “autobusero” cuánto tardaba en llegar al sitio, me dijo que veinte minutos, demasiado, pero a estas alturas no pensaba ceder. Subí y el “agradable” señor me dijo que me sentara cerquita que él mi indicaría dónde debía bajar. De lo que no me previno es del rollo que me iba a soltar durante todo el camino, en el que yo en lo único que pensaba era en el puto autógrafo. Y mientras él hablaba y hablaba yo solo quería que por unos minutos se convirtiera en el Fernando Alonso de la EMT.

CONTINUARÁ

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